jueves, 24 de noviembre de 2016

Hechizo

En un lugar lejano vivían un niño y su corazón en una bonita ciudad de nombre elegante. Ellos eran felices en su pequeña ciudad, tenían família, amigos y conocidos que siempre eran muy amables.
Un día como cualquier otro, ambos se encontraban en el parque cuando de pronto el corazón le susurró algo al oído de este. El niño se giró y comprendió entonces qué le había dicho: plantada a unos pocos pasos de él, se encontraba una niña bella y grácil. El corazón volvió a susurrar de nuevo algo a la oreja del muchacho y cayó en el hechizo que estas llevaban. Pues resulta que su corazón no era su amigos. No lo malinterpretéis, eso no significaba que fuera su enemigo, ni que le procesase algún tipo de odio o rencor. Lo que quería decir era que el órgano era un ser apasionado, salvaje y libre. No hacía uso de razón, ni se guiaba por lógica, ni muchísimo escuchaba aquello que tenía que decir el bienestar del joven.

Entender la complejidad de aquel hechizo es difícil y esa es la única manera que se conoce de describirlo: mágico. Algunos llaman al Hechizo reacciones hormonales, otros destino, otro atracción física. Nada más lejos de la realidad. Pero ¿quién puede negar la incuestionable magia que anida dentro de lo que sintió? El chico.

Es posible que, si alguna vez has caído en sus redes, sepas qué se siente o qué sentimiento es. Lo mas probable es que lo hayas llamado amor. Ciertamente es una palabra muy pobre para describir al hechizo. Desafortunadamente no existe otra que se adhiera mejor, ni que vayáis a comprender mejor, así pues lo llamaremos amor.

Así pues el niño, a tan joven edad y sin recursos, ni experiencia para lidiar con ello cayó en la insondable red del amor. Pero ¿que se puede esperar de un niño tan pequeño? ¿Que se lanzase? ¿Que declarase su amor con sonatas y bonitos versos? ¿Que entablase conversación y la guiase con elocuencia, carisma y la enamorase con su incuestionablemente hermosa personalidad y rasgos? No, no se puede esperar eso de un niño, en lugar de eso fue la vergüenza quien se manifestó,  y lo hizo con violencia.

El chico fue todos los días al parque en busca de su nuevo amor. A veces la encontraba, a veces no. Y en otras ocasiones, cuando conseguía localizarla, lo que veía no hacía otra cosa que alterarle. La veía con otro niño.
Él sabía que no le pertenecía, no quería que lo hiciera. Quería respetar su libertad, apoyarla en sus decisiones y dedicarle toda su atención y cariño. Eso quería el niño. Y, a pesar de lo que quería, no pudo evitar sentir celos al verla con otro. No era justo reprochárselo, sabía que la niña no sabía de su existencia y que aunque lo hiciera no debería sentirse como lo hacía. Pero el corazón no era su amigo y se guiaba por la pasión. Y, desafortunadamente para el ánimo del chico, la pasión le guiaba a hacerla suya, declarar que la amaba, mirarla a los ojos y narrarle cuanto la deseaba, cuanto quería besarla y cuantísimo quería cuidarla aunque ella no lo necesitase.

Aunque no lo creáis la pasión de un niño puede ser mas fuerte que la de cualquier persona, pues es pura y no tiene complejos. Sabe lo que ansía, sabe qué quiere de verdad y no censura el mas mínima parte por cuestionable que sea.

Así fué como el niño se acercó a la niña y le contó todo aquello que quería contarle desde hace semanas. Era joven y sus palabras eran torpes, los nervios poco sutiles y la inexperiencia palpable. A pesar de todo sus palabras sonaron a miel cuando salieron de sus labios, dulces y densas. Pero ¿que se puede esperar de una niña tan pequeña? ¿Que declare su mutuo amor? ¿Que lo acepte entre sus brazos y lo sumerja en un abrazo mas profundo que el océano? ¿Que lo rechace con sutileza y cuide de las emociones del niño como un pajarillo que no sabe volar? No, no se puede esperar eso de una niña. En su lugar, la niña, que dentro era dulce y amable, se quedó parada como un ratoncillo iluminado por las luces de un coche y solo pudo articular unas breves sílabas.
El niño no alcanzó a entender, pero cuando su corazón rompió a llorar, no pudo evitar sentir un profundo vacío en el pecho y la necesidad de salir corriendo. Y así lo hizo mientras sentía la mirada de todo el parque sobre el y unas breves carcajadas ahogadas por collejas cariñosas de madre..

El niño creció pero ya no quiso volver a escuchar a su corazón, o tal vez su corazón no quiso hablarle mas. El caso, es que tras muchos años el joven nunca consiguió volver a enamorarse. Su vida fue feliz pero en cierto modo incompleta. La causa de que su corazón reaccionase de esta manera pueden ser muchas: una podría ser que el corazón había encontrado demasiado pronto a lo que la gente suele denominar el amor de la vida. Otra causa podria encontrarse en una rotura muy temprana de corazón, acrecentada por el ridículo público, que nunca fue sanada. Tal vez no fue nada de eso, tal vez simplemente fue azar que su corazón no susurrase de nuevo el Hechizo. Lo que si fue, es y sera siempre es que un niño y cualquier persona depende de su corazón para poder vivir una vida plena y feliz. Un corazón lisiado solo produce pena y sensación de vacío. Abusar de los consejos del corazón, por otro lado, es, precisamente, lo que puede llevar a que un corazón sufra. No aceptar la posibilidad de dolor y no luchar (con cierta sabiduría) por algo que amas es contradictoriamente estúpido. Y por último, es importante, para hallar la felicidad, no escuchar nunca al corazón cuando ha sido envenenado por los celos. Se comporta como un león que no ha comido en semanas, ataca a todo lo que se mueve y hace mas mal que bien.


El corazón es un ser confuso y confundible. Es importante escucharlo y a la vez no hacerlo. Requiere de compañía y a la vez soledad. Necesita atención y a la vez reflexión. Pero si sabes interpretar a tu corazón y te relacionas con él con la misma precaución que tendrías con cualquier bestia salvaje, podrás vivir la vida como solo pocos pueden siquiera entenderla.

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